Divulgar no es vulgarizar

Especialmente en asuntos relativos a la salud

 

Profesor de Psicopatología en la Universidad de Zaragoza
Compartir

Viajo en tren dado que nunca he sabido conducirme. Semanalmente tomo un “media distancia” y es bastante habitual que los viajeros traten de pegar la hebra. Vaya, que las personas tenemos necesidad de relacionarnos. El hecho de que abra un libro no sirve para hacerles desistir. Una señora me cuenta que viene de Pamplona por un problema de rótula que arrastra desde joven. Le cuento que padezco un trastorno de la personalidad, que me lo trata un psiquiatra de Tudela. Se hace el silencio y sigo leyendo.

Acudo a un evento en el que me encuentro al exmarido de una vieja compañera. Sinceramente me alegro, hacía mucho tiempo que no sabía ni de la una ni de otro. Me dice que todo va más mal que bien, que desde que se marchó la hija, hará dos años, no se encuentra a sí mismo. Doy por hecho que sufre síndrome del nido vacío tras la partida de la niña. Pero me aclara que no, que los dejó para siempre. Para siempre, recalca.

Puedo leer entre líneas cuando me hablan de un suicidio, porque quien lo hace no se permite nunca pronunciar tal concepto. Antes de despedirnos le advierto que necesita de un profesional y responde que en la Seguridad Social lo controlan cada tres o cuatro meses. Le insisto en que precisa apoyo urgente. Me acaba confesando, casi llorando, que no puede hablar de esto con nadie. Quedamos a tomar café para el día siguiente y repetimos la cita desde entonces cada lunes porque entiendo que madres y padres somos especialistas en cargamos de culpas, casi siempre irracionales, y ese fardo no lo puede soportar nadie solo.

Somos capaces de hablar de cualquier cosa: de la monarquía británica, del nuevo entrenador de nuestro equipo o de los hijos del novio de una tonadillera. Hablamos de todo menos de lo que importa. Hay temas que, al nombrarlos, espantan y abren un mutismo escandaloso.

Me atrevería a situar los últimos Juegos Olímpicos como el momento en que comenzó a abrirse la veda para hablar de salud mental, lo cual parecía un augurio bastante alentador. El tema se saca a colación en tercera persona, eso sí, y, si lo tenemos en cuenta solo como una moda, no debe extrañarnos que se apunten al negocio una legión de influyentes, vendedores de humo, telepredicadores y, en general, cualquiera que no tenga ni idea. Tal panorama me parece más peligroso que el silencio. Observo indignado cómo se mezcla salud mental con la mística barata y con la felicidad embotellada. Es común que se pontifique desde un ego desmedido, dedicando largo tiempo al auto-ensalzamiento personal para después soltar un par de reflexiones rescatadas de internet. Nunca como hasta ahora he recordado tanto a mi viejo profesor de filosofía del bachillerato, quién nos repetía: “se dediquen a lo que se dediquen, divulguen, pero nunca vulgaricen”. Creo que aquel consejo sirve para cualquier área, pero muy especialmente si queremos abordar un asunto relativo a la salud.

Es necesario hablar de salud mental. Sí, porque comenzar a poner nombre a las cosas ayuda a que sepamos de ellas y sean abordables. Es necesario hacerlo desde el rigor y desde la ciencia. Nunca permitiríamos que un aficionado al bricolaje nos diera lecciones de ingeniería y, del mismo modo, hemos de aceptar que la psicología es un tema serio. Por supuesto que todos podemos y debemos hablar sobre asuntos de la mente y de la conducta, pero atendiendo siempre a los profesionales y a los afectados.

La palabra más importante sobre el problema del suicidio es, precisamente, “suicidio”. Atrevámonos a nombrarlo, a conocer más sobre el tema y a saber qué podemos hacer para prevenirlo y para atenderlo.

Subo al tren y un chico me cuenta que ha sido diagnosticado de trastorno bipolar. Me dice que antes les llamaban “maniaco-depresivos”, pero que, con esta nueva denominación, ya se atreve a contarlo con menos miedo a que lo miren como a un loco. Le sonrío, le digo que lo más importante es que se fíe de su especialista, que aprenda a reconocer sus síntomas, que no deje nunca la medicación y, sobre todo, que no haga caso de fórmulas mágicas ni de influyentes.

X: @sgascon50.

Facebook: Santiago gascón.

Linkedin:  santi gascon